Higuaín fue el protagonista, pero Mourinho escribió y dirigió la película. Lo de la escritura no es metáfora. Logrado el segundo gol, el técnico repartió entre los futbolistas anotaciones a modo de chuletas. Parte del contenido de los papelitos lo descubrió el entrenador en conferencia de prensa y se resume así: "Váyanse atrás y no se dejen marcar un gol, caballeros". Los jugadores cumplieron a rajatabla. No hay como ser educado y poner las instrucciones por escrito.
Una vez más el entrenador volvió a tener una participación clave (casi demiúrgica) en la reacción y la victoria. De nuevo pudimos comprobar que Mourinho no hace cambios: lo suyo son zapateados, revoleras dignas de Raphael, representaciones teatrales de su descontento. Más que sustituir piezas, reemplaza estados de ánimo. Es innegable su capacidad para tocar el orgullo de los futbolistas. También su alianza con la fortuna. Con la fortuna de tener a Higuaín, quiero decir.
El delantero al que llaman Pipita (apodo inapropiado por escasamente feroz) entró en la segunda mitad en sustitución de Lass. Tan importante como la variación táctica fue el gesto. Después de una primera parte penosa sin mejor oportunidad que un cabezazo al poste de Sergio Ramos en el minuto 44, el Madrid anunciaba carga ligera. Por delante, cuatro atacantes entre los que estaba Cristiano según el acta del partido; por detrás, Xabi y Özil.
Congelemos la imagen de la caballería y pasemos ahora al Mallorca. Completó una primera parte impecable y la ganó con todo merecimiento. En la segunda mitad su única obsesión fue conservar el marcador y el resultado es que perdió con toda justicia. La única duda es saber si su renuncia a la pelota fue totalmente voluntaria (voluntad de Caparrós, se entiende) o estuvo provocada por la repentina voracidad del Madrid. Nos inclinaremos por los tonos grises.
Cuatro caras. La consecuencia es que ayer no vimos a dos equipos, sino a cuatro. La primera versión del Mallorca fue digna de Mourinho. Equipo de presión asfixiante, directo y batallador. Mil balones robados y otros tantos regalados por el Madrid sin oponer resistencia. Arriba, dos escopetas: Chori, flecha conocida, y Hemed, falso tronco y falso lento. Del primero nació la asistencia y del segundo el testarazo que valió el primer gol. Del Madrid, sin noticia.
Tras el descanso salieron otros veintidós, incluido Higuaín. Los del Mallorca jugaron con el etéreo objetivo de pillar una contra. Los de Mourinho a vencer o morir. El resultado es que el Madrid fue ganando metros hasta arrinconar a su rival. Sin jugadas primorosas, pero con la machacona insistencia de quien no piensa abandonar. El talento hizo lo demás. E Higuaín. En la primera pared con fundamento (con Özil), marcó. A quien diga que tuvo suerte habrá que responderle que la suerte también se suda.
A siete del final, el hombretón llamado Pipita porfió por un balón improbable y provocó la carambola que propició el gol de Callejón. Otra vez la suerte, dirán. Ja. Aunque el Mallorca quiso recuperar el balón ya era demasiado tarde. Logró la pelota, pero los papelitos ya los tenía el Madrid. De puño y letra de Mourinho. Sobre todo de puño.