Para el adversario de un monstruo así sólo cabe la resignación de los Washington Generals, aquel equipo que se dejaba marear por los Harlem Globetrotters. No hay otra opción. Ni siquiera perversa. Quien atiza a Cristiano descubre que Cristiano vuelve a levantarse tras sacudirse el polvo del edificio que se le cayó encima. El joven Álvaro sabe de lo que hablamos y el viejo tobillo de Cristiano también.
A los seis minutos ya ganaba el Madrid y a los 38 el Racing se quedó con diez jugadores. Habrá quien señale ese último momento como la clave del partido. Con 1-0 y el visitante descubriendo mundo, Cisma fue expulsado por doble amarilla. Su pecado, en ambos casos, fue tocar el balón con la mano, acción prohibida desde 1863. El problema, en la segunda amarilla, es determinar la voluntariedad del impacto. Cisma desvió con los brazos un centro de Cristiano y, aunque no se le puede exigir la amputación, sí cabe sugerirle el recogimiento. Con todo, la roja pareció un castigo excesivo e injusto para quien nada hizo por golpear la pelota, sino que se vio golpeado por ella.
Créanme si les digo que si no hubieran sido las manos de Cisma hubieran sido las manos de Manitú. El Madrid llegaba con cadencia y sólo Toño mantenía la intriga de un marcador abierto. Gracias a él el segundo gol se retrasó hasta el minuto 45, cuando Benzema burló sutilmente la salida de un guardameta a prueba de bombas, pero no de pellizcos. Ya dentro de la portería, Ramos y Bernardo se pelearon por un lugar en el acta.
El mérito del Racing fue volver tras el descanso. Y hacerlo con ánimo. El debutante Babacar cabeceó junto al palo en un contragolpe y alumbró una rendija para la sorpresa. Diop empujaba mientras Arana y Acosta se desplegaban por bandas... Sin embargo, atacar al Madrid es como escapar de Alcatraz. Excavado el túnel, superados los muros y burlados los guardias, toca lidiar con los tiburones.
A los diez minutos de entrar al campo, Di María logró uno de esos goles que tanto le gustan, zurdazo con efecto desde el flanco derecho. La cuenta la cerró Benzema con uno de los que le gustan a él: zambombazo sin mediar palabra.