Al Barça se le ha acabado el ángel, al menos momentáneamente. De
manera cruel e inmerecida, si nos aferramos a la estética traidora, pero
ganada a pulso si nos ceñimos a los códigos que rigen el mundo
profesional. Nunca nadie hizo tanto como el Barça para suicidarse
teniendo más elementos a favor. La eliminatoria ante el Chelsea entró
desde un inicio en una inercia tal que si algo podía salir mal, seguro
que al final saldría peor. Pero el Barça puso mucho de su parte para
saltar por el balcón. El principal culpable no es el azar, son los que
vistieron de blaugrana a los que no puede reprochárseles el esfuerzo,
pero sí la falta de inspiración, de frescura y el duende necesario para
llegar a la gloria.
Contando el partido de ida y el de vuelta, el Chelsea tuvo tres
ocasiones claras de gol. Marcó las tres, todas en el descuento de sus
respectivos períodos, algo que debe de hacer reflexionar al staff culé.
En el mismo período de tiempo, el Barça disparó tres veces al palo,
falló un penalti, chutó más de 20 veces ante Cech y, en definitiva,
escribió un tratado de impotencia futbolística que retarata lo cruel que
puede llegar a ser este deporte. El Barça jugó mejor, pero el Chelsea
es mejor competidor. El equipo de Guardiola tuvo muchos, pero muchos
condicionantes a favor para sacar adelante la semifinal. No haberlo
conseguido les deja entre el desquiciamiento y el gafe. Ustedes elijan
según sus creencias futbolísticas.
La eliminación del Barça no se explica por la mala suerte, que la
hubo. Una cosa es mal fario y otra que en el momento crucial de la
temporada tipos como Valdés, Alves, Xavi, Fàbregas o Messi lleguen
hechos un guiñapo a la cita. Y otra más. Al Barça se le acaban los
argumentos de queja porque jugó la mayor parte del partido contra diez,
tuvo un penalti dudoso a favor y tres de los centrales titulares del
Chelsea se perdieron los minutos decisivos de la eliminatoria.
Imagínense que el Barça pasa a una final jugando sin Mascherano, Piqué y
Puyol y resistiendo con diez sobre el campo. Una gesta. Eso es lo que
hizo el Chelsea. Eso es lo que no supo conjurar el Barça.
Un Barcelona medio en forma, a un Chelsea sin Cahill, David Luiz ni
Terry tendría que haberle metido cinco en media hora. Ayer, ni de
penalti lo logró. Para echar más sal en la herida, el Barça volvió a
demostrar que cuando un rival se le cierra, el equipo se colapsa, que
cuando no marca Messi, cuesta Dios y ayuda perforar la red contraria y
que un gol a favor, supone últimamente un gol en contra de manera
automática.
Agradecidos. Reduciendo el partido a lo básico, la
eliminatoria se decidió a los tres minutos cuando Messi falló ante Cech
su primera ocasión. Todo dependía del acierto del argentino, que ha
llegado exhausto de suerte a esta parte final de la temporada. No deja
de ser el mejor del mundo, como la afición, que estuvo al lado del
equipo en todo momento. Es tanto lo que le ha dado este grupo a la
entidad, que sería muy miserable reprocharles algo. El pueblo es sabio.
Pero una cosa es agradecer a un equipo su apuesta y otra, que encajen tres goles en tres descuentos. Borrón y cuenta nueva.